lunes, 4 de mayo de 2009

Hablemos de disciplina

Comencemos por hablar de valores. Los valores son, de manera simple, modelos o abstracciones que orientan el comportamiento humano, con dos premisas: la realización plena de la misma persona y su desenvolvimiento social.
Los valores tiene su carga de polémica, ya que un mismo valor puede no tener la misma lectura para dos grupos humanos diferentes; por ejemplo, el valor de la vida, no es lo mismo para un latinoamericano que para un irakí; incluso pueden no tener el mismo significado para dos personas del mismo grupo social.
Dejando de lado esta polémica. Existen valores considerados como universales: la amistad, la honestidad, la cooperación, la paz, entre otros.
Ante la notoria y creciente crisis de valores, países como México han destinado recursos para que se retome la educación en valores dentro de las escuelas, asignatura que dejó de trabajarse en un falso apego a la laicidad de la educación impartida por el Estado, consagrada en el artículo tercero de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Circulan por las escuelas del nivel básico ya una serie de libros, editados por los gobiernos estatales o por la iniciativa privada, que contienen una serie de fábulas, cuentos y canciones con temas relacionados con un valor. Buen intento, pero insuficiente. Veamos por qué.
Existen varias formas de "enseñar valores". La primera, y la más radical, tiene que ver con el adoctrinamiento, el que se da entre integrantes de sectas, de grupos racistas, sexistas, etcétera. En esta vertiente, el líder o grupo de líderes imponen los valores y esperan obediencia, no hay margen de discusión de los valores, no son interpretables, son verdades absolutas y constituyen dogmas de fé. La desobediencia acarrea castigos, no necesariamente corporales, o la expulsión del grupo.
La segunda forma, y la más utilizada, es la moralización, que consiste en que una persona le dice a la otra cómo debe comportarse, o sea que le "hace la tarea". Imaginemos por un momento a un adulto diciéndole a un niño: "cuántos son dos más dos, respóndeme que cuatro". ¿En qué momento le dejará crecer intelectualmente si siempre es él el que da las respuestas?.
Jean Piaget, sobre cuyos trabajos de investigación descansa gran parte de la pedagogía actual, se refirió a dos tipos de desarrollo: el intelectual y el moral; desafortunadamente, en aras de posturas utilitaristas, se ha dado un trato extremadamente desigual, concediéndole mucha más importancia a lo cognoscitivo que a lo moral.
En consecuencia, no se ha preparado a los profesores para que atiendan de manera adecuada esta parte de la educación, por lo que actúan de acuerdo a sus propias ideas y necesidades, confundiendo a los niños, que reciben moralización de sus padres, de sus diferentes maestros, de los vecinos y de quién sabe cuántas personas más.
La moralización ofrece, cuando menos, dos grandes problemas: uno es que por tratarse de un modelo precisa de un ambiente congruente con lo enseñado. En estas circunstancias,el valor de la honestidad sería efectivo en una comunidad en donde todos son honestos, donde nadie miente. ¿El ambiente donde viven nuestros hijos será el mejor para el modelo moralizador? El otro problema es que no se pueden dar instrucciones precisas para todas y cada una de las posibles combinaciones que existen en relación a cada uno de los valores.
Se puede moralizar a través de diversos medios: el consejo (del abuelito, por ejemplo), las fábulas, los cuentos, las canciones o, en el peor de los casos, por medios más conductistas, como el premio o el castigo. Si te portas bien, te compro un helado, o si te portas mal no puedes ver la televisión.
Por eso y por otras razones más, es preferible permitir y promover el desarrollo moral de cada ser humano, de tal manera que sea capaza de llegar hasta el tercer nivel de este desarrollo, según Kohlberg, quien continuó los trabajos de desarrollo moral de Piaget.
Y es que no se trata unicamente de seguir y respetar normas, sino de que estas sean observadas desde un punto de vista analítico, conciente y no autómata. A manera de ejemplo: Todos sabemos que no hay que pasarse los altos de un semáforo, pero si de lo rápido que llegue una persona en su automóvil depende la vida de otra que viaja con él, ¿qué haría usted en el lugar del conductor del automóvil? ¿Rompería un reglamento o dejaría que se muriera otra persona? ¿Sería justo que usted recibiera una multa por pasarse el alto? A nuestras autoridades les hace falta, muchas veces, crecer moralmente.
¿Y eso qué tiene que ver con la disciplina? CONTINUARÁ